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Vivimos fuertes momentos de inconsistencia humana. Lo perecedero y lo desechable cobran mayor importancia e interés que lo trascendente. Los valores se confunden con los precios, lo trascendente con lo ridículo y lo anodino, el éxito con la felicidad, el ser con el tener, el bien hacer con el hacer por hacer y el bien estar con la diversión y el placer efímero, o lo que es peor, con el poder y la codicia que hacen inaccesibles a la mayoría, a los bienes y valores universales.

Es el ruido exterior y la ausencia de silencio interior lo que han trastocado lo esencial del ser humano. La imposibilidad de contactarnos con nosotros mismos, ante la constante que aturde a inhabita para la reflexión. La negación al encuentro con el yo en ese “recinto sagrado” que es la conciencia; al encuentro con Dios. Nos estamos fragmentando, y aún más mutilando.

La paradoja del avance vertiginoso de la comunicación en el tiempo y en el espacio, están sin lugar a dudas creando una brecha entre los seres humanos. Los mensajes digitales breves, con vocabularios cada vez más rudimentarios y superficiales y volátiles por el tiempo que permanecen sin que pudieran continuar alentando corazones y aproximando almas, desaparecen con solo oprimir una tecla o toque suave a una pantalla.

Surge el aislamiento, la soledad, la desunión, la falta de compromiso, la inconciencia del “me necesitas y te necesito”, y en la creencia de la autosuficiencia, la ausencia de la presencia en el aquí y en el ahora. Es en esta espiral interminable en la que circula el sentido existencial inadvertido, la desconfianza y el desencanto, la incapacidad para enfrentar situaciones adversas, el egoísmo, la frustración y la inutilización de todo cuanto somos. Llegamos, llegamos al no sé cuando, al no sé de donde, y al no sé cómo.

Y nos llenamos de comida que no alimenta, de objetos inútiles y efímeros, de deudas que atarantan, que martirizan y que cobran factura en nuestro cuerpo, en nuestra mente, en nuestro espíritu. Y nos olvidamos de nosotros y de los otros, y de aquellos que nos necesitan tanto, como nos necesitamos a nosotros mismos.

En este desperdicio de tiempo invertido en carreras, de reclamos al no sé qué, y al no sé para qué, se nos va la vida.

Es momento de regalarnos la oportunidad de dar un sí con mayúscula y acento a la vida. Es el tiempo de dar. Solo en esta mecánica es que podremos revivir como verdaderos hombres y verdaderas mujeres. Es momento de ser verdaderamente humanos. Estamos en la urgencia y en el momento de dar, de darnos.

- Blanca Inés Martínez de de Alba
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